jueves, agosto 19, 2004

[columna 06] Mi ciudad es pesera en un cruce escondido. Mi vida entre semáforos.

La desesperación se incrementa, hemos tardado veinte minutos en recorrer media cuadra. Los enfrenones y claxonazos dejan escuchar bonitos recuerdos, mientras la lámina de los vehículos queda a centímetros del roce impidiendo el avance gandalla del que se nos quiere meter. El radio que ya solo tenemos como ruido de fondo, nos señala que justo la avenida por la que circulamos ha sido presa de un bloqueo de manifestantes contra los embotellamientos. Algún vivo inaugura un tercer carril en donde solo hay marcados dos, y ni tardos ni perezosos, otros tantos han seguido el ejemplo. En el cruce, un policía levanta su mano enguantada haciéndonos la señal de que avancemos, como si creyera que solo con su gesto hará desaparecer la larga fila de autos deseosos de avanzar. Un peatón, valiente y aguerrido, decide cruzarse entre el nudo vehicular para subir en un microbús que hace parada en el segundo carril. A tres autos de distancia, un labial acaba por pintar unos labios que se miran de lleno en un retrovisor y el semáforo sigue marcando el rojo sangriento de los minutos que llevamos aquí atorados sin avanzar.

Así se siente manejar en la ciudad de México.

Manejar es uno de los placeres que más disfruto. La velocidad, el empuje del motor, la entrada a las curvas, sentir que la potencia del vehículo me responde cuando se lo pido, ya sea al frenar, al girar o al acelerar. Es un placer que ya casi solo disfruto cuando salgo a carretera o en alguna avenida principal de esta ciudad en horarios entre las 3 y las 5 de la mañana.

Manejar en la ciudad de México es una habilidad que los chilangos hemos desarrollado siguiendo los principios de Darwin. Nos hemos adaptado para sobrevivir a las distancias y a los congestionamientos. Del mismo modo que la gente del campo sabe leer el cielo para identificar la lluvia, los chilangos sabemos medir las calles para reconocer cuando el tráfico convertirá el transito en un estacionamiento o para identificar las rutas que nos permitirán evadir una manifestación.

No he conocido ningún extranjero que recién llegado, quiera manejar en la ciudad de México.

Hemos aprendido a vivir entre trayectos interminables y hemos adaptado muchas de nuestras actividades al tiempo que nos llevará desplazarnos de un lugar a otro. Muchas veces cuando entre amigos planeamos una ida al cine, en lugar de ubicar la película que queremos ver, ubicamos la película a la cual podremos llegar de acuerdo a las condiciones transitológicas.

Si en promedio cada uno de los habitantes de esta ciudad toma en trasladarse una tres horas al día, resulta que a la semana usamos 21 horas, al mes usamos 3.5 días y al año 42 días, casi mes y medio de nuestras vidas transcurren entre semáforos, microbuses y ejes viales. Si considero que en dormir utilizo poco mas de dos meses al año. Esto reduce mi espectro para gozar de la vida y ser productivo a solo 8 meses y medio al año. Un panorama nada halagador.

Circular por mexicalpango no es cosa fácil. Además de las habilidades requeridas, el caminos en si, supone un obstáculo insalvable de las pericias de los conductores. Baches, topes, topes con baches, hundimientos, inundaciones y demás irregularidades ponen a prueba hasta a los más rudos vehículos todo terreno. Con una carpeta asfáltica que esta por los treintas años de edad en promedio, la ciudad envejece en sus calles y las llantas resienten las patas de gallo en la superficie del chapopote.

Otro de los insalvables de cualquiera que conduzca un auto, es y será en donde estacionarlo. Ya que manejar requiere forzosamente de un espacio en donde dejar el auto al terminar, encontrar este lugar también es un arte de cazador, en una ciudad donde la longitud de aceras en las cuales estacionarse, es equivalente o rebasada por la longitud de vehículos que podrían ocuparlas.

Seguramente llegará el día en que las calles no puedan dar cabida al número de vehículos que pretenden circular en ellas. Ya hemos visto ejemplos espeluznantes de esto, cuando en puentes y días festivos, la marabunta chilanga decide salir a carretera y regresar justo antes del fin del puente. Largas filas de automóviles pacientemente avanzan a paso de tortuga entre las casetas de puebla y México o entre las casetas de Cuernavaca y el DF, un espectáculo digno de los hombres más pacientes del mundo.

Vaya, si hasta en las trajineras de Xochimilco hay embotellamientos. Nos hemos vueltos expertos en vivir entre semáforos. Nuestros transportes se han convertido en lugares donde comemos, desayunamos, tenemos relaciones, empezamos a amar y terminamos cortando, estudiamos, conocemos gente, todo arriba de coches y peseros. Contrasentidos, reversazos y cláxones son la sinfonía que a diario acompaña la vida chilanga. Donde el tráfico siempre será un buen pretexto y tal como lo descubriera Einstein, el tiempo es relativo a la distancia, sobre todo si vives en el Ajusco y trabajas en Iztapalapa.

Comentarios, cerrones, sugerencias o mentadas a:
dicho_al_lecho@yahoo.com.mx


[Sugerencias Bibliográficas]
• Un muy buen Chingazo
Sergio Ochoa Meraz
Apachurra aquí para leer


[Sugerencias Musicales]
• Un gran circo
Maldita Vecindad y los hijos del quinto Patio.
El circo
BMG

•Mambo del ruletero
Dámaso Pérez Prado
Colección de Oro
Orfeón

• La pesera del amor
Adal Ramones
Televisa.

1 comentario:

pepo dijo...

siento haber hecho ping... aún soy nuevo en esto del blogeo