miércoles, junio 15, 2005

[columna 14] Meo luego existo. Las cosas simples.

Muy a pesar de René Descartes, cualquiera que ha padecido un cálculo renal, una cistitis o una disfunción renal cual fuera, sabrá que la existencia se tambalea cuando las funciones corporales, como expulsar la orina, se ven interrumpidas abruptamente. Entonces surgen el dolor, la angustia, la impotencia y la degradación de la existencia.

La individualidad que conforma el ser, no tiene un sostén más tangible que las funciones primordiales del cuerpo. Excretar, ingerir, moverse y demás escatologías corporales, son dadas por hecho y en muchas ocasiones conviven con nosotros sin que depositemos un segundo de atención en ellas a menos que fallen.

En el momento que un ser humano conciente de si, pierde la capacidad de orinar por si mismo, de alimentarse con su propia mano o de llevar a cabo los ritos de limpieza, en ese momento, la mente sabe que aquellas cosas que aseguran la independencia y autosuficiencia, se han marchado para encerrarlo como prisionero de un ego disminuido, y que todo aquello que llamamos individualidad se ira desmoronando poco a poco hasta convertirnos en un ente moldeable dependiente de la buena voluntad de terceros.

Un mítico relato cuenta que las reuniones de gabinete de Luis Echeverría donde se tenían que tomar decisiones de trascendencia y de ardua negociación política, eran ganadas con base en la retención de la vejiga. Estos encierros duraban horas y el entonces presidente no se paraba ni una sola vez a orinar, mientras sus secretarios de estado y demás adversarios políticos, poco a poco tenían que levantarse para aliviar sus ganas repletas de bilis y agua de riñón, entonces cuando la mayoría opositora se encontraba meando, ocurrían las votaciones decisivas. Tanto así, que se especula aún hoy día, que para esas reuniones, el señor presidente usaba una sonda para no tener que levantarse de su mingitorio presidencial.

Algún otro ejemplo del milagro de orinar fue dado durante los sismos del 85, donde varios de los sobrevivientes, lo hicieron gracias a que pudieron calmar la sed con su propia orina, lo que los ayudó para aguantar a ser rescatados sin morir de deshidratación. Y al igual que durante los temblores salvó vidas, las fallas del sistema urinario, junto con los paros cardiacos y los infartos cerebrales, son las primordiales causas de muerte en ancianos.

Cuantas veces no hemos esperado a terminar un párrafo, la llamada, a los comerciales o simplemente por gusto, y vamos retrasando el llamado de la naturaleza hasta el límite máximo en litros de nuestra vejiga. Entonces corremos desesperados al baño para liberar la presión con un ligero temblor de piernas e incluso para algun@s una sensación disminuida de un orgasmo.

Poder controlar la orina es un rasgo evolutivo que nos separa del reino salvaje. Mientras más se orine detrás de los árboles más cerca estamos de nuestros antepasados simiescos. El ser humano moderno, ya no usa la orina como marcador territorial, ni como catalizador de los humores corporales para atraer al sexo, ni como arma de defensa rociadora, y es solo cuando volvemos a estados primigenios que la orina se descontrola y sale a chorros incontenibles. Así entonces nos orinamos del miedo o de la risa. De niños nos orinamos durante sueños oceánicos recordando el vientre materno, y mientras crecemos y nos convertimos en dueños de nosotros mismos, andamos con la marca amarillenta en el calzón que refleja la falta de maduración espiritual y emocional o el principio de la vejez senil.

Marcel Duchamp, padre del arte moderno, reconoció esto en su obra y representó el pináculo de la civilización industrializada en un ready made hecho con un mingitorio y que firmó con el nombre de la fuente. La Golden Rain del arte dadaísta.

Meo, luego existo. Y es que solo puedo pensar tranquilamente con la vejiga vacía.



Dudas, comentarios, sondas urinarias, sugerencias y mentadas a
dichoallecho@gmail.com

[Bibliografía]
¿Quien se ha meado en mi cama?
Antonio Alamo
Lengua de trapo
ISBN 8489618372

[Recomendaciones musicales]
Mi agüita amarilla.
Los toreros Muertos